Pasadas unas semanas, y vividas muchas experiencias, incluso
de más de las que podría haber imaginado que sucederían en tan poco tiempo, y
más aún, ejercicios tan enriquecedores que guardan consigo un contenido que
aloja en lo más recóndito de mi mente y corazón, y que con cada clase voy
reuniendo.
Luego de que muestras máscaras de yeso se encontraban en
óptimas condiciones fue momento de dejar sumido en el yeso con forma de
nuestros rostros el aderezo artístico que se nos ocurriera, lo que siempre nos
pide Erna, “lo que fluya”.
Fue así como con lijas, pinceles, pinturas y demaces
comenzamos a dejar en la máscara aquello que fluía, para ello considere preparar mi
material. Inicié cuidadosamente lijando los lugares ásperos que el yeso seco
había dejado, apliqué pasta muro para
dar una textura lisa y suave a la careta y en esos instantes pasó por mi cabeza
un pensamiento que aún no sé qué calificativo otorgarle, si sé que puedo
comentarlo para generar por lo menos una idea que se acerque a lo que por ese
instante se me ocurrió, y bueno, recordé mi primera reflexión sobre las
máscaras, la cual apuntaba a el porque de una máscara ¿quién la construye?,¿
para que la debo usar?, ¿será necesario que la use?, y en fin miles de
interrogantes, articulando eso, y buscando la razón de porqué estaba
“arreglando” y “afinando” mi máscara pensé lo innecesario que a mi parecer eran
esas intervenciones, si más que mal lo que se había secado por unas semanas no
era más que mi rostro y ya, así de simple y potente a la vez, para mi sorpresa
en ese momento era lo que fluía.
Continué agregando todo lo que se me ocurría, y aunque fue
un lluvioso día, eso no fue causa para entristecer mi decorar, pues pensé que
no puede ser nublado un momento si el sol está flameante en mi interior, creo
que es una buena reflexión como para recordar en instantes de oscuridad y
desesperación.
Adicioné a eso que es algo más que yeso, muchos colores,
intensos y amigables entre ellos, en la parte superior donde se resguarda el séptimo
chacra, diseños de múltiples colores, con una inmensidad de detalles, más abajo
en el sexto chacra, donde aloja el tercer ojo que según el hinduismo, Agñá, como
se le nombra, el chakra del tiempo, la
percepción espiritual y luz. Es simbolizado por un loto con dos pétalos. Intenté
dar así a mi mascara un significado relativo a las energías que guardo conmigo
y que algunas culturas de Asia concordaban con que hay otros centros de energía corporal en otras
tradiciones, incluyendo la medicina china, la cábala judía
y el sufismo islámico,
sabidurías que es enriquecedor conocer.
Ahora con mi máscara
terminada, espero saber que uso le daremos en el ramo, por ahora, está a la
espera de que una nueva ocurrencia la haga ser protagonista de una nueva y mística
intervención.
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